Me llama consideradamente la atención algunos pensamientos que flotan en el inconciente colectivo. La gran mayoría de las personas suele afirmar que el verano es sinónimo de alegría o felicidad prolongada por cuatro meses...
Uno de los recuerdos que tuve antes de empezar a escribir la obra fue un verano que pasé en la quinta del club en Escobar. Me acuerdo que el calor rajaba la tierra y que fuimos con toda la parentela a pasar un día aquel lugar tan tranquilo y alejado de la ciudad. No eramos los únicos; otros socios igual de astutos aprovechaban la paz del lugar y se refugiaban con sus libros o paletas en aquel oasis a las afueras de la capital.
Me acuerdo puntualmente que yo estaba leyendo (no sé que libro pero seguramente algún best seller de la época) y al lado mío una pareja comenzó una discusión que me obligó a correr la vista y deleitar como espectador aquella escena que se imponia ante mí como una película de cine frances. Abajo de un árbol con una canasta de por medio y una lona a cuadros, una mujer, joven, le gritaba a su novio. Éste por poco estallaba de la verguenza. Ella le decia cosas tales como: " Y ese dia que llegaste más tarde.. me vas a decir que estabas con tus amigos... ¡Mentis! No te puedo creer más nada". El joven hubiese preferido sambullirse en la pileta y apagar los gritos agudos de su mujer, pero esta charla se prolongó lo suficiente para tener un descenlace teatral. Ella rompió en llanto y salío corriendo hacia una arboleda que desenbocaba en las canchas de tenis. Mi curiosidad pudo más e hizo que agarré mi raqueta (si, es de no creer, pero también jugé al tenis) y haga el mismo camino que la llorona, claro con la excusa de que yo iba al fronton. Una vez ahí, desplegué mi excusa. Entre golpe y golpe trataba de divisar a la mujer descalza. Sin querer (o quizas queriendo del destino) la pelota no pegó en la pared (me retracto, no fue cosa del destino, yo jugaba muy mal) y salío disparada hacia la arboleda. La misma rodó y se paró a pocos metros de la mujer. Me acerqué en silencio para no interrumpir aquella catársis. Cuándo estaba por llegar la mujer tomó la pelota y caminó hacia mí, con los ojos irritados y la cara desdibujada, el pelo revuelto, descalza y con un traje de baño entero color rojo.
No pude disimular no haber visto semejante cuadro y solté muy bajo:
- ¿Estás bien?
- Si..., dijo tratando de sonreír.
- ¿Te puedo ayudar, necesitas algo?
- No (y rio) ,no se puede hacer nada...
Agarré la pelota fluorecente y me alejé despacio asintiendo con la cabeza.
La llorona se dio vuelta y siguio la tertulia.
Siempre me acuerdo de esa tarde y de esa mujer.
Era verano, la gente gritaba en la pileta, los chicos corrian, los hombres jugaban al futbol y las mujeres tomaban sol y leían revistas. Los abuelos escuchaban la radio. Las chicharras cantaban. Todos parecían ser felices. Pero en la arboleda la mujer descalza lloraba y nadie, o quizás todos, se quisieron dar cuenta...
Juan M. Cervetto