martes, 2 de noviembre de 2010

la dicotomía del verano


Me llama consideradamente la atención algunos pensamientos que flotan en el inconciente colectivo. La gran mayoría de las personas suele afirmar que el verano es sinónimo de alegría o felicidad prolongada por cuatro meses...

Uno de los recuerdos que tuve antes de empezar a escribir la obra fue un verano que pasé en la quinta del club en Escobar. Me acuerdo que el calor rajaba la tierra y que fuimos con toda la parentela a pasar un día aquel lugar tan tranquilo y alejado de la ciudad. No eramos los únicos; otros socios igual de astutos aprovechaban la paz del lugar y se refugiaban con sus libros o paletas en aquel oasis a las afueras de la capital.
Me acuerdo puntualmente que yo estaba leyendo (no sé que libro pero seguramente algún best seller de la época) y al lado mío una pareja comenzó una discusión que me obligó a correr la vista y deleitar como espectador aquella escena que se imponia ante mí como una película de cine frances. Abajo de un árbol con una canasta de por medio y una lona a cuadros, una mujer, joven, le gritaba a su novio. Éste por poco estallaba de la verguenza. Ella le decia cosas tales como: " Y ese dia que llegaste más tarde.. me vas a decir que estabas con tus amigos... ¡Mentis! No te puedo creer más nada". El joven hubiese preferido sambullirse en la pileta y apagar los gritos agudos de su mujer, pero esta charla se prolongó lo suficiente para tener un descenlace teatral. Ella rompió en llanto y salío corriendo hacia una arboleda que desenbocaba en las canchas de tenis. Mi curiosidad pudo más e hizo que agarré mi raqueta (si, es de no creer, pero también jugé al tenis) y haga el mismo camino que la llorona, claro con la excusa de que yo iba al fronton. Una vez ahí, desplegué mi excusa. Entre golpe y golpe trataba de divisar a la mujer descalza. Sin querer (o quizas queriendo del destino) la pelota no pegó en la pared (me retracto, no fue cosa del destino, yo jugaba muy mal) y salío disparada hacia la arboleda. La misma rodó y se paró a pocos metros de la mujer. Me acerqué en silencio para no interrumpir aquella catársis. Cuándo estaba por llegar la mujer tomó la pelota y caminó hacia mí, con los ojos irritados y la cara desdibujada, el pelo revuelto, descalza y con un traje de baño entero color rojo.
No pude disimular no haber visto semejante cuadro y solté muy bajo:
- ¿Estás bien?
- Si..., dijo tratando de sonreír.
- ¿Te puedo ayudar, necesitas algo?
- No (y rio) ,no se puede hacer nada...
Agarré la pelota fluorecente y me alejé despacio asintiendo con la cabeza.
La llorona se dio vuelta y siguio la tertulia.
Siempre me acuerdo de esa tarde y de esa mujer.

Era verano, la gente gritaba en la pileta, los chicos corrian, los hombres jugaban al futbol y las mujeres tomaban sol y leían revistas. Los abuelos escuchaban la radio. Las chicharras cantaban. Todos parecían ser felices. Pero en la arboleda la mujer descalza lloraba y nadie, o quizás todos, se quisieron dar cuenta...

Juan M. Cervetto